Grupo Tú Eres Misión: Corresponsables en la Misión

Grupo Tú Eres Misión: Corresponsables en la Misión

Oración

Toda la providencia es un anhelo de servir.
Sirve la luna, sirve el viento, sirve el surco.

Donde hay un árbol que plantar, plántalo tú.
Donde hay un error que enmendar, enmiéndalo tú.
Donde hay un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú.

Sé el que apartó del camino la piedra,
el odio de los corazones y las dificultades del problema.
Hay la alegría de ser sano y la de ser justo,
pero hay, sobre todo, la inmensa, la hermosa alegría de servir.

Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho;
si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender.

No caigas en el error de que sólo se hacen méritos
con los grandes trabajos.
Hay pequeños servicios: arreglar una mesa,
ordenar unos libros, peinar a una niña.

Aquél es el que critica, éste el que destruye. Sé tú el que sirve.
Servir no es una faena de seres inferiores.
Dios, que es el fruto y la luz, sirve.
¡Pudiera llamarse: “El que sirve”!
Y tiene sus ojos en nuestras manos. Y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy? ¿A quién? ¿Al árbol?
¿A tu hermano? ¿A tu madre?

Gabriela Mistral

Lectura de la Primera Carta a los Corintios (12, 4-14.17-22.24-27)

Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A este se le ha concedido hacer milagros; a aquel, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere. Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. 

 Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿dónde estaría el oído?; si fuera todo oído, ¿dónde estaría el olfato? Pues bien, Dios distribuyó cada uno de los miembros en el cuerpo como quiso. Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Sin embargo, aunque es cierto que los miembros son muchos, el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito». Sino todo lo contrario, los miembros que parecen más débiles son necesarios. 

Pues bien, Dios organizó el cuerpo dando mayor honor a lo que carece de él, para que así no haya división en el cuerpo, sino que más bien todos los miembros se preocupen por igual unos de otros. Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.

No se da testimonio sin testigos, como no existe misión sin misioneros. Para que colaboren en su misión y continúen su obra salvífica, Jesús escoge y envía a unas personas como testigos suyos y apóstoles […]. Los Doce son los primeros agentes de la misión universal […]. En la expansión misionera de los orígenes, junto a los apóstoles encontramos a otros agentes menos conocidos que no deben olvidarse: son personas, grupos, comunidades. Un típico ejemplo de Iglesia local es la comunidad de Antioquía, que de evangelizada pasa a ser evangelizadora y envía sus misioneros a los gentiles”

(RM 61)
  • En una comunidad hay diferentes estilos, porque diferentes son las personas que la componen. ¿Qué formas descubrimos en nuestra comunidad?

Toda comunidad eclesial, como se ha visto en el tema anterior, tiene que asumir su responsabilidad
misionera cultivándola y manifestándola. De ahí que sea necesario estudiar y explicitar la responsabilidad propia de cada uno de los ministerios, de los carismas o de los estados de vida en la Iglesia. Cada uno
de ellos, a su modo, ha de contribuir a que la comunidad eclesial a la que pertenecen sea realmente misionera.
Hay que preguntarse por las razones y fundamentos que hacen misionero a cada uno de los miembros
de la Iglesia y por las consecuencias que de ello se derivan:

  1. A los obispos, por ser los “primeros responsables de la actividad misionera” (RM 63). La raíz de la responsabilidad misionera de los obispos se encuentra en el carácter del propio sacramento que reciben, ya que los hace continuadores y prolongadores del ministerio de los apóstoles. Este ministerio, esta apostolicidad, tal como la instituyó Jesús, tiene un dinamismo católico y misionero. Dentro de esta perspectiva abierta al ministerio de los obispos, la responsabilidad del Papa no queda disminuida. Le corresponde al Papa una tarea intrínsecamente misionera: abrir a las Iglesias concretas a la misión universal, facilitar el encuentro entre las Iglesias, abrir caminos a la evangelización y conseguir
    que todas las instituciones eclesiales se pongan al servicio de la misión.
  2. A los presbíteros, porque participan del ministerio apostólico y porque son pastores de las comunidades cristianas. El sacerdote diocesano está llamado a compartir la solicitud por la misión. Esta obligación misionera debe realizarla tanto en su lugar de origen, como en otra Iglesia, en el caso de que haya recibido el carisma misionero ad gentes. El presbítero, en cuanto forma parte sustancial de una Iglesia particular, queda implicado en su dinamismo misionero. En función de su identidad participa también en la misión confiada a los apóstoles, que es auténticamente universal. Es un colaborador del obispo, y por eso su ministerio participa de la misma dimensión universal de la misión que Cristo confió a sus apóstoles.
    El presbítero debe llevar en su corazón la solicitud y la preocupación por todas las Iglesias y no limitarse sólo a las necesidades de su propia comunidad.
  3. A las personas que se entregaron a la vida consagrada, por la exigencia del testimonio y el seguimiento de Cristo. La vida consagrada se encuentra profundamente insertada en la intimidad de la Iglesia, en su naturaleza más profunda. Por la variedad de formas que la caracterizan, ha ido respondiendo con creatividad e imaginación a los retos y desafíos de la misión. La profunda vinculación entre vida consagrada y misión arranca del hecho mismo de la consagración: precisamente por ser entrega total a Dios, implica una entrega total a la misión salvífica que ha realizado la Trinidad con el envío del Hijo y del Espíritu. Por su disponibilidad y libertad para la misión, los diversos Institutos religiosos deben entregarse a la evangelización en los nuevos areópagos que están construyendo la sociedad del mañana. Por ser una forma de existencia eclesial, se encuentran en la comunión eclesial, expresándola y enriqueciéndola; también realizándola con dinamismo y talante misionero. Por ello deben servir cuidadosamente a la misión participando activamente en la coordinación de las actividades, a fin de insertar allí su propio carisma dentro de una Iglesia de comunión y de participación.
  4. A los laicos, “misioneros en virtud del bautismo”, por su pertenencia a la Iglesia en virtud de los sacramentos de iniciación y por la misión que deben desempeñar en el mundo. En el conjunto de una Iglesia, pueblo de Dios, son los laicos quienes constituyen su inmensa mayoría. De ahí que sea necesario profundizar en la responsabilidad que les compete en la misión ad gentes.
    La historia nos muestra que los laicos siempre han estado en la misión de la Iglesia, en general, y en la misión ad gentes, en particular, pero de un modo especial en los primeros momentos de la Iglesia. Sin embargo, a través de los siglos se fue entendiendo la Iglesia desde la distinción clérigos/laicos, lo que reducía la responsabilidad y el protagonismo de estos últimos.
    El Nuevo Testamento nos ofrece pautas para recuperar una visión eclesiológica de comunión en la que todos los miembros se responsabilizan de la tarea común. Hoy vivimos ya la convicción de la igualdad fundamental de todos los bautizados y de las responsabilidades de los laicos, especialmente en el campo secular, en las estructuras del mundo.

En la enseñanza de Jesús –Mt 5,13-16– se nos pide a todos ser “sal y luz del mundo”. Contemplar en silencio y dejar que la Palabra nos dé sabor a la vida, nos ilumine nuestra historia, la historia de nuestro pueblo…

  • ¿De qué forma son los laicos sal y luz del mundo en todos los aspectos de la vida social, política, económica…?
  • ¿Cómo ves el papel de sacerdotes, religiosos y religiosas en la misión ad gentes? ¿Y en la misión en nuestro entorno?
  • Los diversos carismas, como leíamos en la lectura inicial de la carta a los Corintios, enriquecen y construyen la comunidad y son, por tanto, indispensables para la misión. ¿Qué carismas observamos hoy en nuestras comunidades?

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