“El Reino de Dios no lo construimos nosotros, sino que es un puro don de Él”
“El creyente afronta las constantes pruebas cotidianas, incluso en contextos humanos verdaderamente difíciles, en unión con el Señor a través de la oración. Sin Él y sin una verdadera vida de oración, posiblemente sólo somos buenos agentes sociales, no verdaderos misioneros de su Evangelio”. Estas son las palabras que Mons. Samuele Sangalli, Subsecretario del Dicasterio para la Evangelización (Sección para la Primera Evangelización y las Nuevas Iglesias Particulares) ha dirigido en la tarde del jueves 22 de febrero a los directores diocesanos de las Obras Misionales Pontificias (OMP), reunidos para el curso de formación en el Centro Internacional de Animación Misionera (CIAM).
La ponencia del Subsecretario, centrada en el sentido de la misión hoy y en el Servicio del Dicasterio para la Evangelización, se ha desarrollado como un momento espiritual, en el que ha comentado una oración del jesuita español Adolfo Nicolás, que fue Preboste General de la Compañía de Jesús de 2008 a 2016, y falleció en Tokio, Japón, en 2020 (ver anexo). “Una oración maravillosa”, ha dicho Sangalli, “que nos permite cada día plantear correctamente nuestra vida y nuestra misión. Una especie de legado para todos los jesuitas, pero también, en mi opinión, para todos los misioneros del Evangelio”.
“Esta oración -ha subrayado el Subsecretario del Dicasterio Misionero- nos trae mucho consuelo, recordándonos que hemos sido llamados a pesar de nuestras debilidades, o mejor dicho, hemos sido llamados a esta misión quizás precisamente a causa de nuestras insuficiencias. Tales fragilidades nos recuerdan constantemente cuánto necesitamos al Señor, su apoyo, su ayuda, su Espíritu, es decir, su Gracia. Un verdadero misionero, cada día, con humildad, está llamado a ser consciente de sus limitaciones personales, que a menudo le limitan y le impiden cumplir su servicio. Decir: ‘Muy bien, Señor, a pesar de ellas y tal vez a causa de ellas, Tú me has llamado a aprender progresivamente a darme cuenta de lo que significa realmente contar contigo y no conmigo. Porque esta misión es tuya, y yo sólo soy su eco, su voz, su testigo’. Deberíamos empezar siempre el día invocando: ‘Señor, sálvame de mí mismo’. De lo contrario, tendemos a poner en primer plano no la docilidad a la voluntad de Dios, el verdadero bien para todos, sino nuestros propios deseos, nuestras propias ideas, nuestros propios planes, que, cuando fracasan, nos enfadan, o caemos en la depresión, o juzgamos mal lo que hemos vivido. Es entonces cuando nos damos cuenta de lo distinto que es el camino del Señor del nuestro, y de cómo nos llama a seguir sus planes, a aprender lo que significa verdaderamente amar según el corazón de Cristo, es decir, servir con gratuidad y total disponibilidad allí donde Dios nos envíe. Desde nuestros fracasos, desde nuestras derrotas, desde nuestra impotencia, podemos purificarnos y salvarnos de nuestros delirios de protagonismo, aprendiendo cómo verdaderamente sólo el Evangelio del Resucitado de entre los muertos sabe dar sustancia a la vida de un misionero e infundirle esa alegría y esa profunda paz del corazón que no dependen del éxito ni del reconocimiento externo. Vale la pena recordar cómo Jesús, humanamente hablando, ‘fracasó completamente’ en ser reconocido por su pueblo como el Mesías anunciado por los profetas. Predicó, curó a mucha gente, pero… ¿dónde estaban todos aquellos a los que había beneficiado cuando él estaba necesitado, se encontraba en la prueba? Desaparecieron por completo. Sin embargo, la redención estaba consumada; la victoria sobre el pecado y la muerte, consumada. Debemos recordarlo para no medir la verdad de nuestra misión por los éxitos que se pueden verificar de inmediato, sino por esa fidelidad al Evangelio e íntima unión con el Padre que sólo puede ser fruto de un vigoroso camino espiritual de docilidad a esa Gracia que nos modela”.
“A través de su aparente fracaso, a través de la vergüenza pública de la Cruz -ha proseguido don Sangalli-, Jesús nos ha mostrado su total unión filial de amor con el Padre. ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’, enseñándonos ese estilo de abandono/entrega de nosotros mismos para que crezca en nosotros esa conciencia filial que nos hace testigos del amor incondicional del Padre, más fuertes, es decir, victoriosos sobre la muerte. Sabemos que precisamente cuando Dios nos pide que pasemos por momentos de prueba o de decepción, es decir, que experimentemos la cruz, aprendemos en nuestra carne, qué resurrección, qué salvación, qué paz que desciende al corazón a través de nuestra plena conformidad con los designios de ese Dios cuya profunda cercanía sentimos, incluso en su ausencia”.
“Tomemos conciencia de cómo el Reino de Dios no es un producto de nuestras obras, sino un puro don de Él -ha señalado el Subsecretario en un pasaje de su discurso-, a través de los acontecimientos en los que históricamente toda la Iglesia y nosotros, los individuos, caminamos en ella y con ella. Sí, la conversión implica un cambio total en los parámetros de nuestra valoración de nosotros mismos y de la realidad: y debe ser invocada cada día, tenazmente, como una Gracia que se nos concede. Por eso, Señor, sálvame de mí mismo, de mis proyectos, de mi visión, y genera continuamente en mi corazón una auténtica conformidad con tu proyecto que se va desvelando a lo largo del camino de mi vida y de la de tu Iglesia”.
“La única razón de nuestra existencia y de nuestra misión -ha subrayado el Subsecretario- es ser testigos de ese amor incondicional, misericordia y compasión que es Dios. Ese Dios del que cada uno de nosotros ha experimentado en la llamada, gratuita y solemne, a la misión por la que se construye su Iglesia, signo y sacramento de salvación para todo el género humano. Muchos de vosotros aquí presentes, ha añadido, venís de África, muchos de Nigeria, asolada por la violencia y los secuestros. Somos plenamente conscientes de que los campos en los que trabajáis no son nada fáciles. ¿Acaso me dirijo a una persona que algún día será mártir? No lo sé, pero somos conscientes de que los contextos en los que muchos de vosotros trabajáis, en los que ejercéis vuestro ministerio, pueden llamaros un día a ser testigos extremos del amor. Otros antes que vosotros ya lo han sido, y hoy veneramos sus vidas como semillas del Reino, ejemplos luminosos de una humanidad nueva, anticipaciones de esa plenitud del amor que es el destino al que todo hombre y toda mujer están llamados”.
Mons. Samuele Sangalli ha exhortado a los presentes a situar su conversión personal en el centro de su misión en la Iglesia. Citando la primera carta pastoral del cardenal Carlo Maria Martini a la diócesis de Milán, el Subsecretario se ha detenido en esa dimensión contemplativa de la vida que nos abre a una comprensión completamente distinta del destino de las personas y de los pueblos. “Sólo así se pueden superar los conflictos, mediante una caridad que sepa ponerse en el lugar y en el corazón del otro. Sé que no es fácil mantener un corazón abierto, no endurecido por la maldad y el odio del mundo. Sin embargo, anclados en Dios y fortalecidos por el amor fraterno, es posible cruzar el mar de la vida como mujeres y hombres habitados por esa luz de esperanza que es la fe, y dar testimonio de la fuerza transformadora del amor, con ese estilo de diálogo que brota de un corazón habitado por la entrega de Dios a la humanidad. Esa entrega que nos ha cautivado, que se ha convertido en la razón de nuestra vida, y que cada día mueve nuestros pasos por caminos de reconciliación, de acogida, de comprensión mutua y de paz”.
Agencia Fides