Grupo Tú Eres Misión: #VeranoMisión
Tú que enviaste a Jesucristo para evangelizar a los pobres, proclamar a los cautivos la libertad y anunciar el tiempo de gracia, fortalece a tu Iglesia, de modo que su anuncio abarque a todos los hombres y mujeres de toda lengua y nación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Mt 5, 13-16
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos.
Tal vez este verano vayas a vivir una experiencia misionera, tal vez algún voluntariado local… Es genial que decidas dedicar el tiempo de tus vacaciones a los demás. Pero, por que sea algo bueno (y necesario) no quiere decir que todo valga. Hay una serie de riesgos y errores a evitar.
El siguiente video ilustra muy bien uno de los peligros que corremos y que hay que evitar.
- ¿Qué ves en el video? ¿Has experimentado alguna vez esta realidad en “carne propia” o has sido testigo?
- ¿Planteas tu experiencia misionera como una mezcla de vacaciones y labor social?
- ¿Dónde queda Dios en tu voluntariado? ¿Sientes que es el que te llama a realizarlo, el que te impulsa y da fuerza, a quién quieres encontrar en misión?
Puedes leer ahora la carta que Martín, misionero claretiano, nos escribe con algunas claves importantes para afrontar y vivir correctamente nuestro voluntariado, más si es misionero.
Querida amiga:
Mi nombre es Martín, tengo 26 años y soy misionero claretiano. Me comentan que estás pensando realizar una experiencia misionera en los próximos meses, y me piden que te salude y te anime con unas pocas palabras. Me dirijo a ti sin conocerte -ni siquiera tu nombre o tu destino-, lo cual me hace sentir muy libre para hablarte desde el corazón, tratando de compartir tan sólo algunos ecos de mi propia experiencia, y que tal vez puedan servirte en este tiempo de preparación.
a) Salir
Es la primera invitación, la primera propuesta. La experiencia misionera consiste, ante
todo, en salir. Dejas atrás la propia casa, la comodidad del hogar y la seguridad de la
rutina y te diriges a un contexto desconocido.
La experiencia misionera comienza con un movimiento de salida, y sólo puede
transformarte si dejas que a lo largo de los días esta actitud de salida permanezca siempre presente.
b) Descubrir que existe un mundo fuera de mi mundo
Una vez fuera de casa, con la experiencia en marcha, es decisivo mantener bien abiertos los sentidos, ¡todos los sentidos! Mirar una realidad, sin duda, nueva; escuchar las palabras que la gente quiera dirigirte, gustar sus costumbres, tocar sus vidas, casas y cosas; y oler, olerlo todo, a cada paso.
Antes de juzgar nada, antes incluso de reflexionar sobre lo que vayas encontrando, es
importante que sientas, con humildad, el mundo en el que te has introducido, un mundo tal vez distinto del tuyo, el mundo de las personas que encontrarás.
c) Conocer a los que están “debajo”
Cuando ya estés familiarizada con el contexto, con los lugares en que se desarrollará la
experiencia, tendrás una de las oportunidades más grandes e importantes que una
experiencia misionera puede ofrecerte: conocer a los que están “debajo” de nuestro
mundo, encontrar cara a cara a los pobres, compartir sus sufrimientos, dejarte cuestionar por sus alegrías y esperanzas, aprender de ellos… ¡Tienen mucho que enseñarte!
d) Intuir la vida de Dios
Hasta aquí casi todo es tarea tuya. Tú eres quien elige salir, y eres también tú quien
deberá esforzarse por conocer el mundo y escuchar a los pobres, pero no todo depende de ti. Por eso, llegados a este punto, casi convendría guardar silencio, con la esperanza ilusionada de que Dios quiera mostrarte, también a ti, eso que ha revelado a tantas personas a lo largo de la historia.
Ojalá Él te muestre su presencia en el rostro de los pobres, y puedas tú intuir que también vive en ti. Ojalá Él se te acerque en la vida de tantos que se entregan por los pobres, y puedas intuir que tú estás llamada a dar tu vida por ellos. Ojalá Él te permita encontrarte con situaciones de esperanza en medio de tantas muertes cotidianas, y puedas intuir el significado de la resurrección. Ojalá Él te hable en la lucha silenciosa por la justicia, en la Eucaristía, en el silencio, y puedas intuir su Reino en cada esquina.
e) Reconocer tu propio nombre
De esta manera, si tanto tú como Dios hacéis los deberes, la experiencia podrá ser
significativa para ti. No al modo de un aprendizaje que guardes en la maleta, sino más
bien como una palabra muy viva que pase a formar parte de tu vida. El encuentro con
Dios en los pobres puede poner tu vida patas arriba, cambiando tu forma de mirar lo que te rodea y tu manera habitual de actuar. Por cambiar, puede cambiar hasta tu propio nombre.
Sin duda, quien sale de si para amar a los últimos se convierte en una persona nueva,
alguien que ha optado por obedecer aquellas palabras de Jesús que tanto costó
entender a Nicodemo. Esas que decían: ¡tenéis que nacer de nuevo! (cf. Jn 3,1-8)
f) Volver
Toda experiencia acaba. Viene el viaje de vuelta a casa, vuelven las rutinas, y aparece
la necesidad de responder a la clásica pregunta: ¿Qué tal te ha ido por ahí?
En la forma en que respondas a esa pregunta te jugarás mucho. Incluso puede decirse que te lo jugarás casi todo. Y es que por desgracia no son pocas las ocasiones en que una experiencia auténtica queda difuminada por un testimonio algo inconsciente, que no hace sino contar alguna anécdota y resaltar todo lo bueno que se ha hecho en aquel lugar.
La experiencia nunca consiste sólo en hacer, sino en descubrir. Por eso, el mejor testimonio que podrás ofrecer será el de quien se ha hecho preguntas importantes, de quien ha aprendido y de quien desea hacer vida lo que ha recibido.
La forma en que vuelvas, además, será la que determine qué permanecerá en tu memoria y en tu vida. Hay quienes se esfuerzan por recordar con demasiado orgullo todos los éxitos que conquistaron. Otros, los más valientes, eligen recordar que Dios pronunció su nombre en los pobres. Confío en que tú estés entre los últimos…
PD: Tal vez pienses que, más que una carta, te he mandado un sermón más o menos
organizado. Yo también lo pienso así. No obstante, quiero que sepas que te escribo con
cariño y agradecimiento, además de esperanzado en que puedas descubrir -a tu
manera-, eso que yo también trato de recordar cada día: que sólo desde el encuentro
desnudo con la realidad -y con los pobres- puedo conocer el mundo, reconocer mi propio nombre e intuir la presencia de Dios que, pobre y cercano, habita también en nuestras pobrezas.
Martín cmf
Tras la lectura de la carta, tal vez ahora puedas reflexionar de manera individual o en grupo sobre lo que sus letras recogen.
Estos puntos que presenta, tal vez ya nos digan algo en base a nuestra experiencia vital y/o misionera:
- ¿Crees que podrías expresarlo de otra forma o completarlo?
- Quizás pienses que se ha dejado algunas claves importantes. ¿Qué otras cosas añadirías?
- Por último, plantéate ¿Yo qué puedo aportar?
Dice el papa Francisco: “Cuando el Señor piensa en cada uno, en lo que desearía regalarle, piensa en él como su amigo personal. Y si tiene planeado regalarte una gracia, un carisma que te hará vivir tu vida a pleno y transformarte en una persona útil para los demás…, será seguramente algo que te alegrará en lo más íntimo y te entusiasmará más que ninguna otra cosa en este mundo… Será justo a tu medida, a la medida de tu vida entera” (ChV 288).