El alma misionera de Teresa de Lisieux en la nueva Exhortación Apostólica del Papa Francisco
«La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor». La frase tomada de una carta de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, citada en su original francés, abre la nueva Exhortación Apostólica del Papa Francisco dedicada a la Santa de Lisieux. Con el nuevo texto magisterial, el Obispo de Roma vuelve a proponer a la Iglesia y al mundo el tesoro espiritual de una santa muy querida para él, en el 150 aniversario de su nacimiento (Teresa nació en Alençon el 2 de enero de 1873). La ocasión conmemorativa ofrece también al Papa la oportunidad de subrayar la relevancia de la Santa carmelita para la labor apostólica de la Iglesia en el presente. Toda la Exhortación Apostólica es recorrida por un hilo conductor que recuerda «el alma misionera» de Teresa, proclamada Co-Patrona de las misiones después de haber vivido toda su vida como religiosa entre los muros de un monasterio. Las palabras y los hechos de la Santa presentados por el Papa nos sugieren desde dónde puede brotar también hoy la pasión por anunciar a todos la salvación de Cristo.
La atracción por Jesús
Teresa – recuerda el Papa Francisco – «También había grabado estas palabras en su celda: “Jesús es mi único amor”». Y «Como sucede en todo encuentro auténtico con Cristo, esta experiencia de fe la convocaba a la misión» (§9). Ella misma escribió que había entrado al Carmelo «para salvar almas», y «pudo definir su misión con estas palabras: “En el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar”».
El Papa Francisco escribe que las últimas páginas de La historia de un alma son un «testamento misionero». En esas páginas, reflexionando sobre un verso del Cantar de los Cantares, Teresa reconoce que se puede confesar el nombre de Cristo y atraer otros corazones hacia Cristo no con esfuerzos de movilización y discursos de sabiduría humana, sino sólo si uno es atraído por Cristo mismo. Por eso – como dijo Benedicto XVI – la fe se comunica «por atracción, no por presión o proselitismo». Por eso -como repite el Papa Francisco- el protagonista de la misión es el Espíritu Santo. Teresa escribe, en el pasaje citado por el Papa: «Esta simple palabra, “Atráeme”, basta. Lo entiendo, Señor. Cuando un alma se ha dejado fascinar por el perfume embriagador de tus perfumes, ya no puede correr sola, todas las almas que ama se ven arrastradas tras de ella. Y eso se hace sin tensiones, sin esfuerzos, como una consecuencia natural de su propia atracción hacia ti» (§10).
Los predilectos y el “Caminito”
La exhortación papal subraya el valor misionero del “Caminito” de Teresa, la experiencia central del itinerario espiritual que la llevó a ser proclamada Doctora de la Iglesia por Juan Pablo «Agrandarme es imposible» escribe Teresa en un pasaje de la Exhortación «tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo» (§15).
Para describir su “caminito” – recuerda el Papa Francisco – Teresa usa la imagen del ascensor: « ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más» (§17). «Frente a una idea pelagiana de santidad… que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano» añade el Papa Francisco «Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia». En su «confianza audaz» de llegar a ser «una gran santa», Teresa reconoce que no puede apoyarse en sus méritos «sino en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Sólo Él, conformándose con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa».
El “caminito” preferido por Teresa – remarca el Papa Francisco «Todos pueden seguirlo, en cualquier estado de vida, en cada momento de la existencia. Es el camino que el Padre celestial revela a los pequeños» (§14). Con su caminito, Teresa reconoce y reafirma que el camino de salvación anunciado por la obra apostólica de la Iglesia no está reservado a los “competentes” en materia eclesiástica y a los intrépidos escaladores de cumbres espirituales. En él, los privilegiados son los pequeños y los humildes, según la voluntad de Cristo. Teresa «prefiere destacar el primado de la acción divina e invitar a la confianza plena mirando el amor de Cristo que se nos ha dado hasta el fin». Y su intuición se mueve en la senda de la gran Tradición de la Iglesia, «dado que no podemos tener certeza alguna mirándonos a nosotros mismos, tampoco podemos tener certeza de poseer méritos propios” subraya el Papa Francisco, haciendo referencias al Decreto sobre la Justificación del Concilio de Trento y al Catecismo de la Iglesia Católica (§19). «Por consiguiente, la actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos» (§20). Actitud en la que pueden verse favorecidos «quienes se sienten frágiles, limitados, pecadores». Porque «Jesús» escribe Teresa «no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud» (§21).
Apostasía moderna y misericordia infinita
La aventura cristiana de Teresa de Lisieux -señala el Papa Francisco- se cruza con rasgos singulares con la pérdida de vínculos vitales con el Evangelio que caracteriza la modernidad en muchos ámbitos de la antigua tradición cristiana. Ella «vivió de hecho a finales del siglo XIX, que fue la “edad de oro” del ateísmo moderno, como sistema filosófico e ideológico» entendida como un sistema estructurado de rechazo de la fe cristiana. La respuesta a esta situación de la que da testimonio la santa del “Caminito” no se refugia en estrategias y batallas culturales de resistencia o contención. Teresa asume el dolor ante la perdición que está alcanzando también a las clases populares. Ella «Se siente hermana de los ateos y sentada, como Jesús, a la mesa con los pecadores». Su testimonio de amor por sus hermanos que rechazan el amor de Cristo toma la forma de oración de intercesión, de súplica a la misericordia infinita del Padre: «Intercede por ellos, mientras renueva continuamente su acto de fe, siempre en comunión amorosa con el Señor».
Para Teresita – recuerda la Exhortación papal – «Dios brilla ante todo a través de su misericordia, clave de comprensión de cualquier otra cosa que se diga de Él: “A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas…! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás ésta más aún que todas las demás) me parece revestida de amor”» (§27).
El Papa recuerda la intensidad con la que Teresa rezaba para salvar de la perdición eterna a Henri Pranzini, condenado a muerte por triple asesinato, que se negaba a arrepentirse para tener al menos la absolución sacramental. Ella confiaba en que la infinita misericordia de Jesús en el momento final le perdonaría «aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento». Teresa se alegra cuando se entera de que Pranzini, tras subir al patíbulo, agarró el crucifijo que el sacerdote le puso delante y lo besó tres veces. «A partir de esta gracia sin igual – confiesa Teresa – «mi deseo de salvar almas fue creciendo de día en día».
La Misión, reverberación de la Caridad
«ìJesús, haz que yo salve muchas almas, que hoy no se condene ni una sola!», escribe Teresa. Su preocupación por la condenación eterna que amenaza a sus contemporáneos sugiere que en ella, y para toda la Iglesia, el impulso misionero emana no de un deseo de afirmar sus propias ideas justas, sino de la misma caridad de Cristo, «ella contempla el amor de Jesús por todos y cada uno como si fuera único en el mundo» (§33). «Teresita» escribe el Papa Francisco « Teresita vive la caridad en la pequeñez, en las cosas más simples de la existencia cotidiana, y lo hace en compañía de la Virgen María, aprendiendo de ella que “amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo”». Mientras «mientras que los predicadores de su tiempo hablaban a menudo de la grandeza de María de manera triunfalista, como alejada de nosotros, Teresita muestra, a partir del Evangelio, que María es la más grande del Reino de los Cielos porque es la más pequeña, la más cercana a Jesús en su humillación».
Teresa nota que mientras «los relatos apócrifos están llenos de episodios llamativos y maravillosos, los Evangelios nos muestran una vida humilde y pobre, que transcurre en la simplicidad de la fe. Jesús mismo quiere que María sea el ejemplo del alma que lo busca con una fe despojada». De este modo, Teresa reconoce que «María fue la primera en vivir el “caminito” en pura fe y humildad» (§38).
El Papa Francisco cita también el conocido pasaje en el que Teresa afirma su incertidumbre a la hora de identificar su misión con alguno de los carismas individuales presentes en la Iglesia, y la osadía de querer identificarse con la caridad, el «corazón» mismo de la Iglesia («¡en el Corazón de la Iglesia, Madre mía, seré Amor!»), tras darse cuenta de que «sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre…»
«Tal descubrimiento del corazón de la Iglesia» añade el Papa Francisco «es una gran luz para nosotros hoy, para no escandalizarnos por los límites y debilidades de la institución eclesiástica, marcada por oscuridades y pecados, y entrar en su corazón ardiente de amor, que se encendió en Pentecostés gracias al don del Espíritu Santo. Es ese corazón cuyo fuego se aviva más aún con cada uno de nuestros actos de caridad» (41).
Será una «lluvia de rosas»
La pasión apostólica de Teresa encuentra su manifestación más intensa y conmovedora en su afirmado deseo de «continuar en el cielo su misión de amar a Jesús y hacerlo amar». En una de sus últimas cartas escribió «Tengo la confianza de que no voy a estar inactiva en el cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las almas». En los últimos días de su vida, repetía: «Pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra». (§41) y «Será como una lluvia de rosas» (§44).
El trabajo apostólico de la Iglesia -sugiere Santa Teresa de Lisieux- puede encontrar impulso y consuelo no gracias a los programas de movilización y a las técnicas para aumentar la autoestima, sino en virtud de la comunión de los santos en el cielo. «Esta Exhortación sobre santa Teresita» escribe el Papa Francisco, refiriéndose a la exhortación apostólica Evangelii gaudium «me permite recordar que, en una Iglesia misionera «el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante».
Agencia Fides