Los catequistas, misioneros “insustituibles”.

Los catequistas, misioneros “insustituibles”.

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos (hoy Dicasterio para la Evangelización, Sección para la Primera Evangelización y las Nuevas Iglesias Particulares) ha mostrado siempre “un cuidado especial hacia los catequistas, con la convicción de que constituyen, bajo la dependencia de los Pastores, una fuerza de primer orden para la Evangelización” (Guía para los catequistas, CEP, 1993).

La Asamblea Plenaria de la Congregación, que tuvo lugar del 14 al 16 de abril de 1970, tuvo como tema «Los catequistas, situación, problemas y perspectivas de futuro», y se basó en los resultados de un cuestionario enviado a los Obispos de los territorios de misión. En su saludo de apertura, el entonces Cardenal Prefecto, Gregorio Pietro Agagianian, subrayó la importancia y actualidad del tema, recordando la atención especial que siempre ha prestado el Dicasterio Misionero a los catequistas. A este respecto, citó la Instrucción enviada a los Vicariatos Apostólicos de China el 18 de diciembre de 1883, que subrayaba la necesidad de catequistas, los criterios que debían seguirse en su selección y formación, y su apoyo material y espiritual. Los tres oradores principales de la Sesión Plenaria fueron el Cardenal Stephen Kim, Arzobispo de Seúl; el Cardenal Julius August Dopfner, Arzobispo de Munich y Freising; y el Arzobispo Jean Zoa de Yaoundè.

De los debates en el aula y del trabajo de los grupos surgieron algunas indicaciones sobre los catequistas laicos, que se difundieron, al final de la Asamblea, como una “Carta” y no como una Instrucción propiamente dicha: 9 puntos en 3 párrafos y una conclusión. Los 4 primeros puntos definían la figura del catequista: identidad, vocación, importancia y papel. En cuanto a la formación, se tocaban los aspectos espirituales y doctrinales y, por último, “las condiciones necesarias para un apostolado eficaz”. El último apartado estaba dedicado al apoyo a los catequistas. La Asamblea Plenaria de la Congregación pidió a las Obras Misionales Pontificias “que continuasen proporcionando subsidios para los catequistas”. La prioridad era la creación y el funcionamiento de centros de formación a nivel regional, nacional e internacional. En la conclusión se recomendaba también la creación de una “Comisión Temporal” en el seno de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos para un examen más profundo del tema, consultando a las Conferencias Episcopales locales, con vistas a las directrices que debían darse para el trabajo de las Obras Misionales Pontificias.

Más de veinte años después, en abril de 1992, la Congregación Plenaria del Dicasterio Misionero volvió a poner a los catequistas como su asunto central: el tema era «Orientaciones para los catequistas en los territorios dependientes de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos». Participaron unos 50 miembros, entre Cardenales, Arzobispos, Obispos, Directores Nacionales de las Obras Misionales Pontificias, Superiores Generales de Religiosos e Institutos Misioneros, reunidos bajo la presidencia del entonces Prefecto, Cardenal Jozef Tomko.



Ese mismo año, sólo unos meses más tarde, con la Constitución Apostólica “Fidei depositum” del 11 de octubre de 1992, el Santo Padre Juan Pablo II ordenó la publicación del “Catecismo de la Iglesia Católica”, redactado a petición de la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada en diciembre de 1985, que tuvo como tema el vigésimo aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II y de su aplicación. Tras seis años de intenso trabajo, este “texto de referencia” vio la luz “para una catequesis renovada en las fuentes vivas de la fe” (Fidei depositum, Introducción).

Como informó en su momento la Agencia Fides, en el curso de los trabajos de la Asamblea Plenaria del Dicasterio Misionero, hubo varios informes sobre el primer borrador de la “Guía para los catequistas”, elaborada tras un largo proceso de consultas y de confrontaciones con las diversas realidades misioneras a las que iba dirigida. El padre jesuita Albert Vanhoye, Secretario de la Pontificia Comisión Bíblica, se detuvo a ilustrar cómo la vocación y la misión del catequista tienen sus raíces en el Nuevo Testamento. El Padre Francesco Pavese, Misionero de la Consolata, Rector del Colegio Urbano, citó las respuestas a un cuestionario enviado a todas las Iglesias particulares dependientes del Dicasterio Misionero para conocer la realidad de los catequistas, identificar sus problemas y buscar soluciones. “Las 258 respuestas procedentes de Asia, África, América Latina y Oceanía revelan que el papel de los catequistas sigue siendo considerado indispensable para el crecimiento de las Iglesias jóvenes y para la actividad misionera”, subrayó el padre Pavese.

La necesidad de precisar, en la Guía en curso de redacción, que la del catequista es “una llamada específica del Espíritu Santo”, “reconocida por la Iglesia”, “para una misión eclesial al servicio de la Palabra, del culto y de la comunidad”, fue expresada por monseñor Anselme Sanon, obispo de Bobo-Dioulasso, en Burkina Faso. En las realidades misioneras, se trata de “una vocación específica, dedicada a la catequesis”. El catequista es, pues, un fiel laico de Cristo, llamado al anuncio profético de la Palabra a los no cristianos y a transmitir esta Palabra en la comunidad cristiana para conducir a sus hermanos por el camino de la fe y de los sacramentos.

En su análisis, el jesuita Paul Shan, obispo de Kaohsiung, señaló la necesidad primordial de “situar al catequista dentro de la comunidad cristiana”, especificando bien las distintas responsabilidades de la comunidad misma, de los obispos y de los sacerdotes. Después es necesario utilizar “criterios de selección” claros, “considerando más la calidad que el número”. La actividad apostólica del catequista debe tener “una perspectiva misionera”, tanto en el diálogo con los no cristianos como en la obra de inculturación del Evangelio, en el compromiso por la promoción humana y la opción por los pobres, así como en la acción frente al proselitismo de las sectas, en la formación de los líderes catequistas en cada diócesis y parroquia.

Del trabajo en grupo y de los debates en las sesiones generales surgieron otros elementos que enriquecieron la redacción final de la Guía. Entre ellos, aspectos relativos a la identidad, la formación y el sustento de los catequistas; las relaciones con el sacerdote y con la propia comunidad para los religiosos; el mandato de evangelización, especialmente misionera, “ad tempus”; la posición de los catequistas en la Iglesia local y las relaciones con otros evangelizadores. Un punto en el que todos estuvieron de acuerdo fue el de la formación profesional, integral y permanente, tanto de los catequistas, para una evangelización atenta al diálogo y a la inculturación, como de los formadores de catequistas, haciendo hincapié en la necesaria madurez humana y espiritual. Para todos estos aspectos, se consideró necesario el apoyo de la Iglesia universal, especialmente a través de las Obras Misionales Pontificias.

Al recibir en audiencia a los participantes en la Asamblea Plenaria, el 30 de abril de 1992, el Santo Padre Juan Pablo II, congratulándose por el tema elegido, “un tema de gran actualidad, por el que la Iglesia se preocupa constantemente”, subrayó: “Durante mis viajes apostólicos he podido comprobar por mí mismo que los catequistas ofrecen, sobre todo en los territorios de misión, una contribución singular e insustituible a la propagación de la fe y de la Iglesia”. En su discurso, el Papa subrayó que se trata de “un servicio rico y diversificado” y por ello es necesario centrarse, “con todas nuestras energías, sobre todo en la calidad de los catequistas”, es decir, en “una adecuada formación de base y una constante actualización”. “Se trata de un compromiso fundamental, que mira a asegurar personal cualificado, programas completos y estructuras adecuadas para la misión de la Iglesia, abarcando todas las dimensiones de la formación, desde la humana a la espiritual, doctrinal, apostólica y profesional”.


En la fiesta de San Francisco Javier, el 3 de diciembre de 1993, después de una amplia consulta a las Iglesias locales y a los centros catequísticos de los territorios de misión, y teniendo en cuenta las observaciones resultantes de la Asamblea Plenaria del Dicasterio, se publicó la “Guía del Catequista”, con el deseo de que su aplicación en las Iglesias dependientes del Dicasterio Misionero, “además de promover de forma renovada la figura del catequista, contribuya a garantizar un crecimiento unitario de este sector vital para el futuro de la misión en el mundo” (de la presentación del cardenal Jozef Tomko).

En 37 puntos, divididos en tres partes, siete capítulos, una introducción y una conclusión, la “Guía” traza en primer lugar el perfil del catequista, bajo diversos aspectos. Entre ellos, la vocación, el papel, la espiritualidad, el celo misionero, la coherencia de vida, la inculturación, la promoción humana, el sentido ecuménico, el diálogo con otras religiones, la atención a la difusión de las sectas, etc. La segunda parte está dedicada a la elección y formación del catequista, indicando los criterios de selección y el itinerario de formación, que debe abarcar múltiples campos: humano, doctrinal, pastoral, misionero… La última parte está dedicada a las “Responsabilidades hacia el catequista” por parte del Pueblo de Dios, Obispos, sacerdotes y formadores.

El Concilio Vaticano II, en su Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad Gentes (n.17), citó “el grupo, tan benemérito de la obra misionera, constituido por los catequistas, hombres y mujeres” y, reconociendo que “la tarea del catequista es de la mayor importancia”, subrayó el necesario compromiso con su formación, sugiriendo la apertura de escuelas diocesanas y regionales, la organización de conferencias y cursos de actualización. Asimismo, expresó su deseo de que “la formación y el sustento de los catequistas sean atendidos adecuadamente con subsidios especiales de la sagrada Congregación de Propaganda Fide”.


La Obra Pontificia de la Propagación de la Fe destina anualmente una contribución para la formación de catequistas y su sostenimiento en los territorios de misión, en su mayoría destinados a África y Asia, y en menor medida a América Latina y Oceanía. La Obra Pontificia de la Santa Infancia, cuyo objetivo es la apertura misionera de niños y jóvenes, también se implica constantemente en la formación de catequistas a nivel local, en la elaboración de guías y subsidios para catequistas y jóvenes, así como en la creación de estructuras donde desarrollar actividades catequéticas.

Agencia Fides

Comparte esta noticia en: